sábado, 29 de noviembre de 2014

Alejandro Magno y su maestro.

Alejandro III el Magno fue el más conocido rey de Macedonia, hijo de Filipo II de Macedonia y de la princesa Olimpia. Nació en el año 356 a.C., en la ciudad de Pella (Macedonia) y fue uno de los más grandes estrategas de la historia. 

Al principio su educación fue llevada a cabo por Leónidas, un pariente macedonio de su madre. Austero y sobre todo, estricto, solía dar clase a los hijos de las más altas esferas e inició a Alejandro en la ejercitación corporal. Lánice sería también su institutriz, quien le transmitiría su afición a los poemas de Homero y de Eurípides. La gran pasión del joven por la lectura estaba dirigida especialmente hacia los poemas épicos donde se exaltaba la figura de los héroes de los que descendía y a los que imitaría con posterioridad. Pero tanto Leónidas como Lánice estaban vinculados a Olimpia, lo que hacía desconfiar a Filipo. El monarca deseaba para su hijo y heredero una formación completa, un dominio de la educación y cultura helenas mejor que el que él mismo había obtenido en la semibárbara Macedonia de su época, y por eso le procuró un maestro de gran intelecto: Aristóteles. 

Filipo invitó al filósofo a hacerse cargo de la educación de su hijo Alejandro, que entonces contaba trece años de edad y que probablemente demostraba ya el carácter audaz e inteligente que le caracterizaría. Aristóteles, a su vez, se había sentido atraído por Macedonia debido a razones de carácter personal, pues su padre había ejercido como médico en la corte del rey Amintas III, padre de Filipo; esta fue la razón por la que el monarca confió la educación de su hijo al Estagirita. Se dice que Aristóteles aceptó el trabajo con el fin de persuadir a Filipo para reconstruir en Estagira su pueblo natal, ahora en ruinas y anexionado a la frontera oriental de Macedonia. Aristóteles recibió una gran suma de dinero por sus servicios, prueba de que el filósofo murió rodeado de grandes riquezas.

Aristóteles le daría lecciones sobre política, elocuencia e historia natural, continuando con la educación griega que el joven Alejandro había recibido hasta el momento. Impulsó además el interés de su discípulo por la geografía, la medicina, la poesía, la zoología y la botánica. Paralelamente a esta formación académica, el príncipe continuó con su formación atlética y militar, puesto que muy pronto su padre lo nombraría regente a pesar de su corta edad. De hecho se dice que, cuando con tan solo dieciséis años se vio obligado a repeler una insurrección armada, Aristóteles aconsejó al joven regente esperar para participar en una batalla; sin embargo Alejandro contestó: "Si espero perderé la audacia de la juventud."

No se sabe mucho de la relación entre discípulo y maestro, puesto que los rumores han borrado cualquier rastro de verdad sobre el tema. Este desconocimiento ha dado lugar a un sinfín de interpretaciones contrapuestas como la expuesta por Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Para el alemán, Aristóteles “no menoscabó la espontaneidad de la gran naturaleza de Alejandro, pero le imprimió la profunda conciencia de lo verdadero y formó con el espíritu genial de su discípulo un espíritu plástico, semejante a una esfera que flota libremente en el éter […]. Platón no educó a ningún estadista, pero Aristóteles hizo un verdadero rey, que imperó, como guía y caudillo, sobre su ejército y sobre toda Grecia." En el otro extremo encontramos a Bertrand Russell, quien en su Historia de la filosofía occidental afirma: “Supongo que su influencia fue nula. Alejandro era ambicioso y apasionado, se llevaba mal con su padre y, probablemente, era impaciente en el estudio. Aristóteles creía que ningún Estado debía tener más de cien mil ciudadanos y predicó la doctrina de la dorada mediocridad. No puedo imaginar que Alejandro considerara a Aristóteles de otra manera que como un viejo prosaico y pedante, impuesto por su padre para que no hiciera travesuras […]. En conjunto, el contacto entre estos dos hombres parece haber sido tan estéril como si hubieran vivido en mundos distintos”. 

Lo cierto es que entre Alejandro y Aristóteles se dio una interesante relación que perduraría en el tiempo, influyendo el pensamiento del filósofo en los actos del monarca en unas ocasiones y no ejerciendo influencia alguna en otras. Alejandro rechazó los fundamentos políticos de la civilización helénica y el concepto de ciudad-estado como base de un sistema de gobierno promovido por Aristóteles. Sin embargo, sí que se contagió de la curiosidad del Estagirita y adquirió una gran parte de sus conocimientos. Aristóteles sería su maestro por muchos años, desde su adolescencia hasta su exilio; y Alejandro le mantendría informado de sus campañas militares o incluso le proporcionaría ejemplares de especies desconocidas para el filósofo o cualquier otra cosa que a su juicio pudiera resultarle interesante. 

Cabe destacar que una de las teorías sobre la misteriosa muerte de Alejandro Magno defiende que el rey se veía afectado por una enfermedad gástrica que le hizo depender durante toda su vida de un fármaco preparado especialmente por Aristóteles. Esta medicina pudo contener algún ingrediente tóxico que le causara importantes daños en algún otro órgano vital con los años.

viernes, 31 de octubre de 2014

¿Qué es el amor?

Platón consideraba, al igual que su maestro Sócrates, que la verdad se muestra en el intercambio de ideas entre diversos interlocutores. Es más: según él, el pensamiento es "el diálogo que el alma mantiene consigo misma". Precisamente por esto es por lo que la obra de Platón está escrita en forma de diálogos, la mayoría de ellos de poca extensión y en los que casi siempre aparece Sócrates como interlocutor principal y defensor de las ideas del propio Platón. Estos diálogos se dividen en cuatro grupos atendiendo al momento en el que fueron escritos: diálogos de juventud (socráticos), diálogos de transición, diálogos de madurez y diálogos de vejez.

En esta entrada me centraré en "el Banquete", un diálogo de madurez con implicaciones antropológicas que tiene como tema principal el amor. Éste diálogo es algo distinto al resto de los escritos por Platón: en él no participan dos interlocutores, como es costumbre, sino que la escena discurre tras una cena y cada uno de los comensales aporta su propio punto de vista acerca del tema. Destacaré la intervención de Sócrates sobre el resto, dedicadas en su mayoría a la alabanza del dios Eros:
"Uno desea lo que no tiene. El amor es el amor de la belleza, luego el amor no puede ser bello. Y como lo bello es bueno, tampoco puede ser bueno. Como todos los dioses son bellos y buenos, Eros no puede ser un dios, pero tampoco es humano. Es un demonio. Los demonios son intérpretes y medianeros entre los dioses y los hombres, la adivinación procede de los demonios. Por una parte no es bello ni delicado, pero por otra parte está siempre a la pista de lo que es bello, varonil, atrevido, etc. Como la sabiduría es bella, ama la sabiduría, por tanto es filósofo. El amor consiste en querer poseer siempre lo bueno. El objeto del amor es la producción y generación de la belleza. Y también la inmortalidad es su objeto. El que quiere aspirar a este objeto desde joven, debe amar a los cuerpos bellos, pero debe amar a todos los cuerpos bellos, y además, debe considerar la belleza del alma como más importante que la belleza del cuerpo."
Según el célebre filósofo, el amor es el amor de la belleza. Pero ¿qué es lo bello? Platón consideraba bello todo aquello que nos produce satisfacción auditiva o visual. Es decir, aquello que de alguna manera nos aporta placer. Pues bien, en mi opinión ese placer surge cuando por medio de algún estímulo exterior somos capaces de conocer nuestro propio interior. O dicho de otro modo: amamos aquellas cosas ajenas a nosotros que nos permiten descubrir nuestro propio "ser". Algunos dicen amar una determinada canción porque se sienten "identificados" con ella. La canción no tiene por qué haber sido escrita con la intención de despertar ese sentimiento y en esa persona en concreto, pero esa persona afirmará que la ama porque el sentimiento que despierta en ella, o los recuerdos que le trae, forman parte de él; es decir, de su "ser". Lo mismo pasaría con las personas, las obras de arte, etc. Para mí, amar significa conocerse a sí mismo a partir de otra persona u objeto que te resulte bello.


Adjunto también un sencillo vídeo en el que se explica el Mito del Andrógino relatado por Aristófanes, mito al que sin duda se debe gran parte de la fama de la que goza "el Banquete".


domingo, 28 de septiembre de 2014

La caja de Pandora.

Cuenta el poeta Hesíodo (Grecia, s.VIII a.C.) que Prometeo, el titán responsable de la creación del hombre, desafió al mismísimo Zeus engañándole en beneficio de la humanidad para que ésta pudiese alimentarse de la carne de los animales ofrecidos a los dioses. Colérico, Zeus decidió privar a los hombres del don del fuego. Pero Prometeo, que no temía a los dioses, trepó el monte Olimpo y robó la llama del carro de Helios, el dios del Sol, para luego llevarlo de nuevo a la Tierra y que así los hombres pudieran calentarse. Esto desató la furia de Zeus, quién ordenó a Hefesto (Dios del fuego y la forja) crear una mujer a partir de arcilla, dotándola de vida y de formas sugerentes que atrajeran la atención de los hombres. Afrodita, diosa de la lujuria y la belleza, le otorgó gracia divina; mientras que Atenea, diosa de la sabiduría, la atavió y le concedió el don de las artes. Sin embargo, a Hermes (El mensajero de los dioses y dios del engaño) se le encargó sembrar en su alma la mentira, la seducción y un carácter caprichoso y manipulador que harían de ella un "Bello mal": los hombres se verían atraídos por ella sin saber que al hacerlo estarían aceptando una gran desgracia. Zeus llamó a la mujer Pandora, "la que da todo", y mandó a Hermes que la enviase a Prometeo, quien sospechó de ella y terminó rechazándola. Entonces Hermes la ofreció a Epimeteo, el hermano del titán, que se mostró receloso debido a las advertencias que le habían hecho acerca de aceptar regalos de los dioses. Pero acobardado por la furia de Zeus y perdidamente enamorado, Epimeteo tomó a Pandora como esposa prohibiéndole abrir la caja que había traído consigo bajo ninguna circunstancia, una caja que contenía todas aquellas desgracias con las que el dios había querido castigar a la humanidad. Pandora, movida por la curiosidad, terminó cediendo a la tentación y abrió la caja liberando así todos los males que poblarían el mundo desde ese momento quedando únicamente en el fondo de la caja la esperanza.  

Existe una relación entre este mito y el papel de la mujer en la sociedad de la antigua Grecia. La mujer griega, al igual que Pandora, se presentaba a los hombres como una especie de "mal necesario", es decir, una desgracia que debían soportar si querían tener descendencia. A esto se reducía la vida de las mujeres en esta sociedad patriarcal: una vida completamente limitada al cuidado del hogar y sometida a la voluntad de su padre, marido o incluso hijo. Apenas salían de casa, donde sus principales labores consistían en confeccionar la ropa de todos los miembros de la familia, cocinar y administrar el patrimonio familiar. Ya que se les consideraba física e intelectualmente inferiores a los hombres, tampoco se les permitía participar en la vida política (no eran consideradas ciudadanas) y recibían menos de la mitad de la ración de comida que recibían los hombres.   

Por esta razón, el pensamiento de Platón sobresalió tanto en comparación con la realidad misógina que se daba en la sociedad del momento. Si bien en ningún momento defendió los derechos de la mujer ni los igualó a los del hombre, si es cierto que equiparó la naturaleza de ambos y dio especial importancia a la educación igualitaria para la construcción de una sociedad ideal. De esta forma, el hombre se reproduciría con alguien semejante a él y su descendencia sería perfecta (ref. La República, 380 a. C).

Su discípulo Aristóteles no fue tan positivo con el papel de la mujer en la sociedad. Por el contrario, él concebía a las mujeres como "hombres incompletos" que necesitaban al varón para cumplir con su única función: procrear. Aristóteles pensaba que el niño heredaba todas sus cualidades del padre, y que éstas estaban contenidas en su esperma. De este modo, la mujer actuaba únicamente como receptora: ella recogía y gestaba la semilla, pero era el hombre el encargado de sembrarla. Además, consideraba que las mujeres tenían un carácter inestable y que, al no recibir ninguna educación, tampoco debían gozar de autoridad. Creía firmemente que el silencio y la sumisión eran las mayores virtudes de la mujer y que si se daba cualquier caso contrario a esto se trataba de una excepción antinatural. 

Esta última sería, a partir de entonces, la visión que predominaría en las sociedades posteriores a la helénica. Una visión que ha condicionado las vidas de las mujeres a lo largo de la historia, y que aún no se ha conseguido erradicar del todo en pleno siglo XXI. Pero, ¿Qué hubiera pasado si fueran las ideas platónicas en lugar de las aristotélicas las que hubiesen dominado el pensamiento del hombre en lo referente a la mujer durante todo este tiempo?